Me
quedé a solas en el estacionamiento, aburrida, esperando por Kenni, quién
supuse era el grandote de los tres. Me apoyé contra una pared del
estacionamiento de brazos cruzados con la mochila en mi espalda esperando por
él, al cabo de un rato un auto un poco viejo apareció, este no era tan lujoso
como el de Eliot, era más como aquellos autos tuneados que aparecían en las
películas de barrios bajos. Dentro del vehículo podía escuchar algunas risas y
música de rap. El auto estacionó ante mí y las puertas se abrieron, todas
excepto las del conductor, intenté no mirar, no quería que pensaran que los
estaba vigilando. Noté que unas mujeres salían de allí, algunas parecían
prostitutas, una vez que las tres salieron de allí e ingresaron al edificio, el
auto prendió y apagó las luces dos veces, miré el vehículo, algo confundida. Me
quedé observándolo un rato hasta que volvió a hacerlo, miré al conductor, y
allí estaba el corpulento, este hizo un movimiento de cabeza. Caminé hacia este
y me subí al asiento de acompañante, ni bien cerré la puerta este comenzó a
marchar de nuevo.
—¿A
dónde vamos? —pregunté, pasaron dos calles y no había respondido nada —¿Tu eres
Kenni? —silencio absoluto, la voz de algún rapero inundaba mis oídos con sus
letras sobre la vida en la calle y el dinero de los proxenetas —¿Podrías
responder alguna de mis preguntas? —dije molesta, no me agradaba que me
ignorara.
Él
movió la mano y tuve la esperanzas de que dijera algo pero en lugar de eso,
subió el volumen de la música, haciendo que no pueda escuchar ni mis propios
pensamientos, fruncí el ceño y me dediqué a mirar por la ventana, lentamente
nos adentrábamos un poco más a la villa de la ciudad.
Llegamos
a un vecindario donde cada persona parecía tener alguna razón para clavarte una
daga en la pierna, daba escalofríos. El auto frenó frente a una casa y bajó del
auto, lo busqué con la mirada y volvió a hacer ese gesto con la cabeza, un
movimiento rápido hacia la izquierda con su mirada extraña, sus ojos eran
oscuros, no tanto como su piel, su expresión era como si no le importase nada,
me lo imaginaba con algún loco apuntándole con un arma y él diciendo “me va y
me vine”, su expresión era inquietante.
Salí
del auto con la mochila a mis espaldas y lo seguí por detrás, su espalda era
bastante grande y me impedía ver mucho hacia dónde nos dirigíamos, solo sabía
que durante el transcurso la gente lo iba saludando alegremente, aunque él no
replicaba nada.
Paramos
frente a la puerta de una casa donde un hombre lo saludó, este había sonreído
con sus grandes dientes, noté que tenía uno dorado, ¿oro?
—¡Eh,
eh, eh! ¿Y este renacuajo, quién es, Big Kenni? —cuestionó pasando de Kenni a
mí con la mirada y de nuevo a él, este le miró con un gesto de “no importa” —Que
no toque mis cosas, eh, o haré que tu renacuajo pague —respondió para luego
mirarme amenazante y después sonrió ladeado —. Un poco de maquillaje para esta
zorra y tendrás una linda rana en el estanque, eh, Big Kenni —comentó y sus
amigos a su alrededor comenzaron a reírse y asentir.
Fruncí
el ceño y lo maldije por lo bajo, provocando que este comenzara a reírse.
—Tu
zorra tiene garras, eh, Big Kenni —rió y luego me tomó del buzo y estampó la
espalda contra la pared, acercándose a mí de forma amenazante —, a mí no me
hablas así, eh, renacuajo.
De
repente el cuerpo del hombre pareció elevarse, miré con los ojos abiertos como
platos como un solo brazo de Kenni lograban levantar al hombre, dejándolo a al
menos veinte centímetros del piso.
—Basta
—soltó y el hombre de repente se notó intimidado, Kenni lo soltó e ingresamos
al lugar.
Una
vez que la puerta se cerró detrás nuestro pude escuchar el ruido de la TV,
estaban pasando un partido de básquetbol que tres hombres miraban
emocionadamente, estos saludaron a Kenni energéticamente sin quitar los ojos de
la pantalla.
—¡Eh,
papá! —gritó el más grande de los tres —¡Big K está en casa!
Al
cabo de unos segundos un hombre un poco viejo apareció con una sonrisa.
—¡Pero
si es el grande! —este saludó a Kenni y luego posó su mirada en mí —Así que
tienes una aprendiz nueva, eh, ¿le enseñarás el barrio? —el grandote asintió
con la cabeza —Que bien, que bien —el hombre me miró como si le pareciera un
chiste —. Pequeña blanquita, no vayas a perderte, eh —bromeó, o eso supuse —.
Bueno, a lo que viniste, hijo —sonrió.
—La
mochila —respondió Kenni mirándome, tardé unos segundos en comprender y me la
quité de la espalda, el hombre me la arrebató de las manos y observó su
contenido para luego sonreír, quitó dos fajos de billetes del bolsillo de su
abrigo y se los entregó a Kenni.
—Un
placer hacer negocios con ustedes, eh —le guiñó un ojo y nos marchamos de allí,
cuando estuvimos nuevamente en el auto decidí abrir la boca.
—¿Qué
había en la mochila? —silencio absoluto.
El
auto arrancó y la música hip-hop reinó nuevamente, la ausencia de sonido que él
provocaba no era estremecedora como la del Jefe, no obstante, tampoco era del
todo cómoda, no del todo.
Luego
de unas calles llegamos a un local de comida rápida, Kenni bajó del auto y con
su movimiento de cabeza me indicó seguirlo, caminé a su lado, una vez dentro
del lugar este caminó directo a la fila, teníamos frente a nosotros un hombre
flacucho con una musculosa blanca algo sucia y cabello grasoso y frente a este
una mujer bastante pasada de peso con un vestido, luego de que estos dos
personajes hicieran sus pedidos, el chico que atendía el lugar saludó con una
sonrisa a Kenni giñándole el ojo.
—¿Lo
de siempre? —cuestionó y este otro asintió.
—Pon
algunas papas extra y algo para ella —entonces me miró —, ¿qué quieres?
—Eh…
—logré balbucear y me maldije por no haber logrado decir algo —No tengo dinero.
—No
importa —respondió, ¿pagarían por mí? ¿O
se añadiría a la cuenta de papá?
—No
quiero nada… —mentí, por si las dudas.
El
muchacho sonrió.
—Su
orden estará pronto, esperen unos minutos y mi compañero les dará su comida —dijo.
Después
de unos minutos recibimos tres bolsas de papel con comida en su interior, o eso
supuse. Kenni caminó hacia una mesa y se sentó, esta estaba junto a la ventana
y nos dejaba ver el estacionamiento, me coloqué frente a él, este revisó una
bolsa y se la quedó y me pasó la otra.
—Yo
no…
—Come
—dijo —, no has comido en todo el día —agregó —. Come —repuso.
Tragué
saliva y saqué la hamburguesa del paquete, sentía como la saliva se me caía al
ver aquél pan caliente con esa carne repleta de grasa, me importaba un comino
si aquello era sano o no, tenía tanta hambre que daba igual y además, ¿cuándo
había sido la última vez que había podido comer algo así? Aquello me parecía un
lujo.
Tenía
una gaseosa para tomar, saborearla era simplemente maravilloso, aquella era la
comida más asquerosa para algunos, quizás para que gente snob o estirada
aquello era suicidio, pedirían una ensalada si es que siquiera se atrevían a
entrar a un lugar como ese, pero no podía negarme tal comida, aunque no supiera
de qué tipo de carne era aquella, sabía deliciosa, hasta que me enterara que
era de gatos, con el hambre que tengo que
sea de ratas si quieren.
Miré
la otra bolsa por unos minutos hasta que un hombre –o mujer, no logré ver bien
– pasó y cambio nuestra bolsa por una suya y se marchó del lugar, apenas pude
reaccionar, miré a Kenni quién mantenía su mirada tranquila.
—¿Qué?
—logré soltar.
—Termina
tu comida —dijo como si él fuera mi tutor encargado –que lo era, más o menos –
pero hablo en el otro sentido.
Él
comía su hamburguesa –que parecía el doble de grande que la mía – con hambre
como yo, finalmente terminamos nuestras carnes y gaseosas para salir de aquél
lugar, subimos nuevamente al auto y el almuerzo había acabado, la música estaba
en un volumen tranquilo esta vez, miré a Kenni esperando que me explicara lo
que había acabado de suceder, la bolsa de papel que habían cambiado estaba
frente a mí en el auto.
—Distribuidores
—soltó finalmente —. Nosotros les vendemos mercadería a distribuidores quienes
la venden al público —explicó.
—¿Aquél
era un distribuidor? —cuestioné, él afirmó con la cabeza. ¿Era Greg un distribuidor?
El auto siguió avanzando,
alejándose del lugar, luego de un recorrido por unas cuantas calles llegamos a
lo que era mi edificio, mi hogar o
algo así. Miré a Kenni, ¿acaso se había acabado el trabajo de hoy?
¿Si quiera había trabajado?
—Tu
primer trabajo será esta noche —explicó —. Duerme, necesitarás energías más
tarde.
—¿Qué
tendré que hacer?
—Irás
de cobradora.
—¿Qué?
—repetí.
—Chase
te dará más detalles. Adiós, chiqui —se despidió. Me quedé insatisfecha ante
sus respuestas, pero no me sentía en confianza como para seguir preguntando, no
quería provocar la gran masa de fuerza que era él, el apodo Big Kenni no era
por nada.
Bajé
del vehículo e ingresé al edificio, una vez que estuve en mi departamento cerré
la puerta detrás de mí y caminé arrastrando los pies hasta mi cama donde me
desplomé. Me quedé observando el techo por un rato, pensando. Intenté recopilar
la información de lo último que había sucedido. Un grupo de mafiosos apareció
en casa donde mi madre ya no estaba más porque se la habían llevado y me
obligaron a trabajar para ellos por culpa de mi padre que había desaparecido,
por lo visto – esta vez – para siempre y al día siguiente amanecí y vi una M16
frente a mí, subí a un helicóptero, ¡oh, lo olvidé! ¡También hablé con el capo
de una mafia en su casino! Ay, ¿cómo
olvidar algo así? Jamás creí que mi vida podría ser jodidamente
interesante.
—Preferiría
ser bibliotecario o historiador… Eso sería menos… perturbador —me susurré
cerrando los ojos, de los tres hombres que había visto ese día había decidido
que mi niñero favorito había sido Kenni.
De
repente, abrí los ojos, se me había ocurrido una idea.
Me
levanté de la cama, ellos no habían dicho nada de que no podría salir de allí,
aunque sea por un ratito. Salí a la calle a hacer unas pequeñas compras, luego
de salir de la tienda con una pequeña bolsa de plástico en manos decidí volver
a dirigirme hacia el edificio cuando mi celular comenzó a vibrar.
Al
mirarlo noté tener unas cuantas llamadas perdidas de Joe, sentí algo de culpa,
sabía que él estaría algo molesto y preocupado. Atendí su llamado y así fue,
comenzó con un comentario sarcástico.
—¡Al fin consigues tiempo para tu
mejor amigo, eh! Lamento que tu agenda esté tan llena de cosas importantes —y luego continuó con su
preocupación —. ¿Por qué no atendías, eh?
Te llamé toda la maldita mañana, ¿acaso no escuchas el celular? —y luego lo
importante —Habrá una pelea esta noche,
tienes que venir a verme.
—No
puedo, lo siento —dije mientras esquivaba a algunas personas por las calles.
—¡¿Qué?! ¿Cómo que no puedes?
—Lo
siento, no puedo ir, tengo planes.
—¿Ah, sí? ¿Con quién? —cuestionó divertido.
—Agh,
debo estar en casa, ya sabes, con mamá…
—Ah, cierto, ¿cómo está ella, por
cierto…? —sentí como algo
golpeaba mi pecho, no debería mentirle a Joe, eso lo sabía muy bien, pero no
tenía idea de cómo explicarle mi situación por teléfono, tampoco sabría hacerlo
en persona.
—Em,
bien, bien, ya sabes… Como sea, debo cortar.
—¡Eh, no! ¡Oye…!
—Lo
siento, suerte con tu pelea, ¿sí?
—Está bien, será en la fábrica esa
abandonada… Esa cerca a nuestra primaria, la que cerraron cuando estábamos en
cuarto… Eh…
—La
que hacía muebles de madera o algo así, y fue en tercero —respondí sarcástica
ante su buena memoria.
—¡Ah, sí, cierto! ¿Por qué lo habían cerrado?
—Porque
el dueño había manoseado a una empleada, creo… —escuché al imbécil comenzar a
reírse.
—El viejo Bob, ja… Como sea, si encuentras un
momento te quiero allí, necesito a mi porrista personal —bromeó.
—Sí,
claro, lo que tú digas, Joe. Lleva a Minnie, hablamos luego —me despedí,
bajando el celular de mi oreja y continué la marcha hacia el edificio.
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